Habían pasado toda la tarde juntos .A veces no necesitaban hablar, otras veces no necesitaban callar. Todo se movía armoniosamente para ella, como en una canción. No, no era la guitarra que ella tocaba mientras jugaba, si no era el sonido de sus corazones que hacían un bello sonido.
La vista era estremecedora, un árbol de otoño con sus hojas secas que al caer se escribían sus nombre en ellas.
El: te amo, no te imaginas cuanto, pero esto acabo y lo sabes.
Ella: yo también te amo.
Se dieron un beso y al abrir los ojos, ella solo siguió riendo y cantando. El la miraba con los ojos llorosos.
Ella contemplo el árbol, le estremeció el corazón y se sintió tan feliz, tan agradecida que hubiera corrido a gritar. Era tan bello saber que aunque el se parara de la banca y se fuera; esas hojas seguirían escribiendo sus nombres al caer, que en el invierno ya no escribirían ningún nombre y que al llegar la primavera un nuevo amor florecerá del árbol para recobrar el aliento.
Todo se mueve armoniosamente en los árboles, en nuestras vidas también .Todo depende de cómo la contemplemos.
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